Vive Latino 2015. Primer día.
Foto: Edgar Sagra Texto: Eduardo Ramón Trejo
La espuma humana efervece hacia las entradas del Foro Sol, atraída por el distante golpeteo de las primeras bandas que rompen el silencio de la tarde del viernes, inaugurando una edición más del Vive Latino. La vista aérea desde los vagones del metro permite apreciar el contraste entre el azul de nubes blancas de un cielo atípico en la capital y el caótico gris que enfila a los escuchas hacia la famosa “puerta 5”.
Cientos de banderillas azules y rojas flotan en el aire y se retuercen al ritmo del “lero, lero” que Héctor Quijada corea junto a miles de manos que saltan frente al escenario principal. Lino Nava estruja las cuerdas de su guitarra y les exprime la estridencia que durante 24 años ha estado fermentanto. La Lupita palpita en su esplendor. El Vive Latino palpita.
El festival hace lo que ningún otro: atrae a todos los estratos, colores, géneros y acentos que habitan dentro y fuera de las murallas del laberinto citadino del DF, reunidos en una Meca homogenea que adopta sin compromiso a todo aquel que se deje seducir por la cornucopia de sonidos que se ofrece. La crítica se encamina hacia la “deslatinización” del cartel, acusando con dedo flamígero que los peces gordos de éste sean anglosajones pero, a final de cuentas, esto abona a la pluralidad y diversidad de los asistentes. Hay de todo para todos.
La tarde avanza, y en un escenario enclaustrado en un pequeño bosque terregoso O Tortuga incita con su punk suavizado a un slam adolescente que ataca a todo aquel que cruce su recorrido de polvo. El sol comienza a descender y el desierto argelino cobra vida con una vista de palmeras y aire saturado de tierra. Tinariwen toman el escenario enfundados en largas ropas, rostros cubiertos y actitud solemne. Ibrahim Ag Alhabib le pide a su guitarra que cante en escalas ajenas a estas latitudes, inciando el ritual que poco a poco hipnotiza a los caminantes. El blues toma formas desconocidas y las percusiones se funden en una amalgama rítmica con los coros enajenados que hacen imposible permanecer estático. El rock del desierto se funde en las dunas de Iztacalco.
Con el pantanoso ska de Coventry, el sol parecía difuminarse bajo la elegancia con que The Specials hace bailar a las multitudes, coreografiando pases multitudinarios al ritmo de los metales que recitan el oscuro “2 Tone” británico. The Last Internationale hace gala de su garage rock altamente pulido, con riffs y solos desparpajados que encienden la gélida noche que se avecina. Delila Paz y Edgey Pires dejan todo en su primer escenario mexicano.
Bajo la fria oscuridad, Los Babasónicos encienden una fogata fosforescente, incitando al baile de Odín mientras Adrián Dárguelos, en ajustados pantalones anaranjados, nos recuerda que lo importante es olvidar. Con un saludo a los ángeles, Paul Banks y compañía agradecen en perfecto español el cariño eterno que reciben en estas tierras. Los ritmos casi matemáticos de Interpol se convierten en un glitch que alimenta al elegante biomecanismo sonoro que diseñan con cada nota. Siempre hay lugar para un nuevo reencuentro y la banda deja abierta la oportunidad de una cita próxima.
Enmascarado como un viejo barbado, Robert Plant se descubre como el eterno Baco del éxtasis. Iniciando su presentación con su faceta recolectora de los sonidos del mundo, su energía va cobrando fuerza hasta llegar al blues primordial, envuelto en versiones revisitadas de los años de gloria del zeppelin que suenan vivas gracias a la aun electrizante que Plant ha sabido conservar. Con el legendario riff de “Whole Lotta Love” Robert se despide y, aunque las voces le claman que “no”, él refuta con un “sí, por qué no”, para desaparecer junto a la madrugada.
Aun quedan dos días para superar el incendiario inicio del viernes 13.
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