Reseñas

El día 3 del Vive Latino 2015

Vive Latino 2015. Domingo.

Fotos:Edgar Sacra Texto:Eduardo Ramón Trejo

Ocurre un raro fenómeno al encontrarse apretujado entre las miles de personas que acudena  un festival: a pesar de ser invadido por una abrumadora sensación de vulnerabilidad, al saberse propenso a ser aplastado en cualquier momento y sin oportunidad de salvación, resulta un tanto tranquilizador dejarse llevar por la incertidumbre y asumirse parte de una masa de gritos y cervezas voladoras que responde a sus propias reglas. Bajo el embrujo de la histeria todos somos uno. Último día del Vive Latino 2015. El tinnitus retumba en los oidos y las articulaciones se adormecen con el frío. Aun hay fuerzas restantes para un último canto.

El sol nunca se asoma y las nubes caen como un manto gélido sobre los enchamarrados que esperan a Ximena Sariñana. De blanco impecable, la casi orquesta de la tapatía trata de paliar el ambiente gris con los ritmos optimistas que sintetizadores y guitarras construyen mientras Ximena salta de un lado al otro del escenario. Los gritos y coros multitudinarios elevan un poco la temperatura, y la presencia de Jorge Drexler y Liliana Saumet invitan a una fiesta prematura, pero parece que falta un empujón más para que ocurra una explosión. Sariñana agradece con creces y se despide con una versión más sobria de “Vidas Paralelas”. El tiempo se agota y los jóvenes ceden rápidamente su lugar frente al escenario Tecate Titanium (nada menos emotivo que este nombre) a los de canas incipientes. Los 90 están por regresar.

Entre el humo falso emergen las pálidas extremidades de Shirley Manson y sus ojos se clavan desafiantes sobre los veteranos. El legendario Butch Vig, detrás de su batería enclaustrada por paredes de acrílico, agita su melena extasiado por el recibimiento. “I Think I’m Paranoid” ruge con distorsiones cremosas y Shirley sentencia: “Mutílame, domestícame, nunca podrás cambiarme”. Han pasado veinte años desde que Garbage vio la luz; se notan maduros y ávidos de nuevos rumbos, pero no han cambiado. Aun conservan la estridencia esponjosa del grunge de sintetizadores que los hizo un icono del sonido de los 90. Pero se han adecuado a los tiempos, haciendo que sus temas himnos atemporales. Shirley agradece a los mexicanos por el amor incondicional en un largo discurso. Apuesta por el empoderamiento de la gente y a nunca rendirse. Se dice honrada de que el DF sea la primera parada de su nueva gira y pide que todos entonen las mañanitas para Steve Marker, quien celebra con un trago de tequila. “No me hagan llorar, motherfuckers” concluye Shirley, conmovida. Los riffs, densos, son una maquina del tiempo. “When I grow up I’ll turn the tables”. Todos crecimos, el tablero sigue cambiando.

En el escenario principal escurría el ácido. Ninja y Yolandis hacían honor al zef sudafricano en una rave fluorescente, donde el trash callejero era el lenguaje universal y los fuck fluían como moneda de cambio. Die Antwoord desnudan el inconciente y se convierten en una pesadilla seductora. Los ojos completamente negros de Yolandis hablan a través de sus gritos desquiciantes, pervirtiendo a discreción a los más abrigados e incitando a Ninja a lanzarse al crowdsurfing. El foro sigue jadeando tras su retirada.

Los ritmos latinos retoman los reflectores y Jorge Drexler se toma en serio su papel de sudamericano. Con un porte inmaculado, el uruguayo confieza la afección contraída en su estadía en Colombia: las cumbias engalanan el escenario, iluminado por la rotación de la bola disco que cuelga sobre la pista de baile en que se ha convertido el set de Drexler. Natalia Lafourcade, con una voz nutrida, le hace segunda en su versión de “María Bonita”. “Nada se pierde, todo se tranforma”. Los ritmos latinos siguen mutando.

En el contraste extremo del romanticismo hispano, los Molotov llegan con retraso a su cita, pero no podría importarles menos. Los reciben con el grito de “culeros” y ellos responden oliendo UHU. Sus décadas de irreverencia se sienten lejanas pero siguen gritando “chinga tu madre” en sus máscaras de señores ante los fervientes acólitos al desmadre. Dos conejitas bailan al ritmo del albur. El que no brinque es puto. La rebeldía deslavada y la crítica al sistema se sienten vacías entre tantos logotipos.

Abonando al contraste, Andrea Echeverry y sus Aterciopelados combaten el frío en disfraces afelpados de trige. El verde se apropia de la noche, serpientes de peluche se envuelven en los micrófonos y corazones de flores revolotean en las pantallas. La madre naturaleza es una botarga. “Baracunata” y “El Album” son vestidos de carnaval y desatan el baile tribal sobre el pasto machacado. El recurso de los invitados no caduca y Drexler, omnipresente, vuelve a salir al ruedo. Las cantantes latinas del día se unen al festejo y entonan una versión coral de “Florecita Rockera”. El culto a la Tierra sigue dando frutos.

La inquietud impera en el escenario principal y el reloj no se ajusta a su agenda. Los curiosos se agrupan sigiliosos frente a la intrincada batería, que observa al foro a medio llenar; los fans llevan en la espera más de veinte años. Con amable timidez, Dave Matthews se acerca con pasos lentos por primera vez a los mexicanos y les agradece con una sonrisa. Carter Beauford, Boyd Tinsley y compañía toman sus lugares y se preparan para lanzarse a la incertidumbre, donde los esperan miles de rostros incrédulos. Sin aviso, la compleja instrumentación de Charlottesville se teje a sí misma en una bofetada sonora, entonando una amenaza: “Come out, come out. No use in hiding”. Como un cazador, Dave va recolectando a sus presas. Tras la calma de “Satellite”, los siete músicos despliegan el armamento pesado: los jams que exudan una amalgama brillante de blues, folk, funk y rock hipnotizan sin escapatoria hasta al más infiel, que sucumbe a la cadencia de la danza que se extiende más allá de la media noche. Los acrobáticos solos de violín, guitarra y saxofón se obsequian como ofrendas. El encanto de Dave Matthews Band reside en la comunión del virtuosismo, más allá de la parafernalia bajo los reflectores. “Ants Marching” y “Grey Street” dejan un eco vital resonando en los que escapan del foro, que van tarareando los fraseos de la guitarra de Dave, quien agradece humildemente, una y otra vez, el electrizante primer encuentro. El eco perdurará hasta el próximo Vive Latino.

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